Aquí tienes una versión abreviada y más clara de tu historia en inglés, que conserva la trama principal y las emociones intactas, aunque es más corta: Tras perder a su marido hace 15 años, una mujer de 62 años se estaba adaptando a la vida en soledad. Su único hijo había cortado el contacto hacía dos décadas y se había mudado al extranjero. Recientemente, empezaron a ocurrir cosas extrañas en su casa: muebles y objetos personales se movían misteriosamente. Al principio, lo consideró un olvido, pero se alarmó y empezó a tomar fotos de su casa todas las noches. A la mañana siguiente, era evidente que algo se había movido. Decidida a descubrir la verdad, instaló cámaras de seguridad. Durante días, no apareció nada, hasta que una noche vio una figura enmascarada y vestida de negro moviéndose silenciosamente por su casa, reorganizando los muebles y revolviendo sus pertenencias. Aterrorizada, llamó a la policía, que le aconsejó que se mantuviera alerta y mantuviera su casa segura. Al día siguiente, fingió irse, pero observó sus cámaras desde un café cercano. Horas después, el intruso regresó. Volvió a llamar a la policía, que llegó justo a tiempo para atrapar a la figura que huía por el patio trasero. Lo derribaron, y cuando lo desenmascararon, quedó devastada al ver que era su hijo, del que estaba distanciado. Gritaba que la casa era suya, alegando que ella lo había abandonado y le debía una. Su plan había sido hacerla parecer mentalmente inestable para poder tomar el control de su patrimonio, vender la casa y acceder a sus cuentas. Desconsolada, se dio cuenta de que él había regresado no por amor, sino por codicia. Pagó sus deudas para poner fin a la terrible experiencia, retiró los cargos, pero consiguió una orden de alejamiento. En una última llamada, le dijo: «Ya no eres mi hijo. Tu padre estaría avergonzado». Al colgar, sintió una pérdida más profunda que nunca, una para la que ni siquiera la muerte de su esposo la había preparado